El coraje de la verdad es la transcripción del curso impartido por
Michel Foucault en el Collège de France entre febrero y marzo de 1984.
Se trata de un texto fundamental no sólo por tratarse del último curso
que diera el filósofo antes de morir, sino porque en él se completa el
viaje a la Antigüedad que el filósofo iniciara a principios de los años
80.
En ese recorrido, un concepto fue creciendo en importancia hasta tornarse central: la parrhesía. Las razones de ello las brinda el propio Foucault en la primera clase: “Me parece que al examinar la noción de parrhesía puede verse el entrelazamiento del análisis de los modos de veridicción, el estudio de las técnicas de gubernamentalidad y el señalamiento de las formas de práctica de sí”. Precisamente la verdad, las relaciones de poder, y la construcción de la subjetividad son las tres cuestiones que de modo más persistente inquietaron a Foucault.
Una primera traducción del término parrhesía podría ser: “el decir veraz” o “el hablar franco”. El “parrhesiasta” es alguien que dice lo que realmente piensa –está comprometido con la verdad- y lo dice con crudeza, sin ampararse en delicadezas de estilo ni en artilugios retóricos. Le lanza la verdad a otro poniéndose en riesgo al hacerlo. De ahí el título del curso: “El coraje de la verdad”.
En las primeras clases Foucault explora el hacer parrhesiástico de Sócrates, que aparece íntimamente ligado al “cuidado de sí”. Es evidente que el decir socrático implicaba un riesgo: sus palabras acabaron conduciéndolo a la muerte. ¿Cuál era la verdad con la que Sócrates irritaba a sus conciudadanos? Ante todo, que no debían olvidarse de ocuparse de sí mismos. Para Sócrates, la preocupación por la verdad no puede separarse de la preocupación por la vida. Estar a salvo del error, de las opiniones vulgares, habitar en la verdad es, para Sócrates el único modo de alcanzar una buena vida. Y ante esa vida, la muerte no tiene ningún poder. De ahí que Sócrates no tuviera temor de morir. Foucault recuerda las últimas palabras de Sócrates: “Critón, debemos un gallo a Asclepio. Paga la deuda, no lo olvides”. Siguiendo un texto de Georges Dumezil, Foucault se pregunta de qué habrían sanado Sócrates y Critón como para tener que agradecerle a Asclepio, el dios de la curación. Tras un extenso análisis, llega a la conclusión de que aquello de lo que Asclepio los ha curado es de las opiniones corruptas que enferman al alma. Sócrates, aquel que muere por haber afrontado el riesgo de decir la verdad crudamente, aquel que ha abogado por una ciudad mejor, conformada por ciudadanos capaces de ocuparse de sí mismos, le agradece a Asclepio el haberlo librado de las malas opiniones.
En ese recorrido, un concepto fue creciendo en importancia hasta tornarse central: la parrhesía. Las razones de ello las brinda el propio Foucault en la primera clase: “Me parece que al examinar la noción de parrhesía puede verse el entrelazamiento del análisis de los modos de veridicción, el estudio de las técnicas de gubernamentalidad y el señalamiento de las formas de práctica de sí”. Precisamente la verdad, las relaciones de poder, y la construcción de la subjetividad son las tres cuestiones que de modo más persistente inquietaron a Foucault.
Una primera traducción del término parrhesía podría ser: “el decir veraz” o “el hablar franco”. El “parrhesiasta” es alguien que dice lo que realmente piensa –está comprometido con la verdad- y lo dice con crudeza, sin ampararse en delicadezas de estilo ni en artilugios retóricos. Le lanza la verdad a otro poniéndose en riesgo al hacerlo. De ahí el título del curso: “El coraje de la verdad”.
En las primeras clases Foucault explora el hacer parrhesiástico de Sócrates, que aparece íntimamente ligado al “cuidado de sí”. Es evidente que el decir socrático implicaba un riesgo: sus palabras acabaron conduciéndolo a la muerte. ¿Cuál era la verdad con la que Sócrates irritaba a sus conciudadanos? Ante todo, que no debían olvidarse de ocuparse de sí mismos. Para Sócrates, la preocupación por la verdad no puede separarse de la preocupación por la vida. Estar a salvo del error, de las opiniones vulgares, habitar en la verdad es, para Sócrates el único modo de alcanzar una buena vida. Y ante esa vida, la muerte no tiene ningún poder. De ahí que Sócrates no tuviera temor de morir. Foucault recuerda las últimas palabras de Sócrates: “Critón, debemos un gallo a Asclepio. Paga la deuda, no lo olvides”. Siguiendo un texto de Georges Dumezil, Foucault se pregunta de qué habrían sanado Sócrates y Critón como para tener que agradecerle a Asclepio, el dios de la curación. Tras un extenso análisis, llega a la conclusión de que aquello de lo que Asclepio los ha curado es de las opiniones corruptas que enferman al alma. Sócrates, aquel que muere por haber afrontado el riesgo de decir la verdad crudamente, aquel que ha abogado por una ciudad mejor, conformada por ciudadanos capaces de ocuparse de sí mismos, le agradece a Asclepio el haberlo librado de las malas opiniones.
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