¿Qué es un clásico? A veces ocurre que damos este nombre a una obra que
ya está, por así decirlo, amansada, domesticada y digerida por la
tradición, una obra que, debido a su universal aceptación y a su
conversión en modelo incontrovertible, ha perdido todo carácter
problemático y se ha convertido en un tópico, en un monume
nto
del topos cultural que habitamos y que, precisamente por ello, suscita
nuestra admiración. Pero hay otro concepto de lo clásico menos
rebuscado, el que surge de la lengua común ante cierta experiencia de la
historicidad de algunas obras: lo clásico no designa una cualidad
atribuible a determinados fenómenos históricos, sino un modo
sobresaliente de ser histórico: clásico es lo que se conserva porque se
significa a sí mismo y se interpreta a sí mismo; lo que dice, pues, de
un modo tal que no constituye un enunciado sobre algo desaparecido, un
mero testimonio de algo que requiere, a su vez, una interpretación, sino
que dice algo en cada caso al presente respectivo como si se lo dijera
expresamente a el, según la conocida declaración de Gadamer. Y pocas
obras cumplen más a rajatabla este requisito que la Fenomenología del
Espíritu de Hegel: una auténtica epopeya de la razón que, además de
resumir las aventuras y desventuras históricas de la cultura occidental
como los esfuerzos de la Razón por encarnarse en el tiempo, pretende
presentarlos de forma temática y sistemática como la experiencia de toda
conciencia enfrentada al ilustrado desafío del saber.
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